Me encanta aprender, creo que esa parte de mí aún la dejo en la retaguardia porque… en ocasiones no sé explicar en plan “petit comité” por qué continúo formándome a lo largo de los años y es que realmente, me flipa aprender. Me complace leer como una posesa, tomo notas, subrayo y transcribo. ¡Me encanta! Sé que esto puede sonar a ser una empollona. No lo soy, según la psicología positiva, se puede describir como una fortaleza, algo en lo que fluir y con lo que sentirte en calma, y según esta corriente, cuando nuestras fortalezas se encuentran en desequilibrio, igualmente puede que nos cause alguna dificultad o malestar.
Os cuento un secretillo, durante el grado de psicología la asignatura de motivación se me atragantó y la tuve que matricular 3 veces. Me llegué a decir… ¡En serio! Otra vez, otro 3,5 os lo juro fue frustrante esa asignatura para mí. Todo lo contrario que otras con las que mis compis se echaban a temblar. Quizás, ahora tomando perspectiva, era más simple de lo que yo pensaba. A veces las cosas que nos ocurren tienen una fácil explicación y de forma humana e indiscriminada, nos solemos liar con lo simple. Exactamente por eso, por suponer que no puede ser así.
Como os decía al principio y aparte de esta parte estudiantil compartida. El mensaje de esta entrada es justo ese. Cuantas veces podemos decir ¡no!, y hablo de poner límites. De ser capaces de parar, de no consumir en automático, hablo de ser conocedores de lo que realmente necesitamos, de la toma de consciencia en la situación X. ¿Cómo decir a los demás que no y elegir lo que deseamos hacer realmente, sin menospreciar planes, ideas y propuestas? Consumir las propuestas de los demás, por… y éste es el quid de la cuestión.
Hablamos de decir que ¡no!, y exactamente del porqué del mismo. De a quién se lo decimos, de cuán importante es para nosotros y para ese otro/a que propone. Se me hace un nudo en la garganta en muchas ocasiones en las que he tenido que decir que no. ¡Sí!, como lo leen, no es fácil para una hija complaciente como lo he sido yo, poner límites claros. Pero como me gusta aprender, pues he aprendido. En algunos de mis días más tenebrosos me he llegado a regalar todos los noes del mundo, porque lo que necesitaba era justo eso. Cuesta, al principio, no mentiré… pero es uno de los mejores regalos que nos podemos hacer a nosotros mismos. Aprender a poner límites, basado en nuestras necesidades, deseos y el propio autoconocimiento. Es una habilidad muy provechosa, tal y como lo es saber usar un móvil hoy en día.
PD: Es posible decir no, todas las veces que queramos, porque es igual de importante que decir sí. Lo de aprender ya es cosa de cada uno. Cuál ha sido él, ¡no!, que más te ha costado decir, ¿te atreves a compartirlo?
Un abrazo.
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